lunes, 30 de septiembre de 2013

Breaking Bad

Cuando Walter White apareció por primera vez en la pantalla de televisión, en el 2008, no era más que un episodio piloto muy bien escrito, construido, filmado, actuado y criticado que entretuvo a muchos lo cual ayudó a que tuviera una segunda temporada. Seis años después, no existe fenómeno televisivo igual al que creó Vince Gilligan con este personaje. Con el tiempo, Breaking Bad se convirtió en la serie que nadie debía -o deba- perderse y tenía que ser vista lo antes posible para que nadie contara algún detalle importante que quitara emoción al ver cada episodio.
Ahora que salió al aire su episodio final y una era de televisión termina, me queda un pensamiento simple: Breaking Bad no es una serie perfecta, pero lo es.
Son muchas las razones de que, a lo largo de los años, existieran salidas fáciles o altibajos muy evidentes en la narrativa, pero son esos bajos los que la hacen aún más interesante ahora que ha terminado. Por los altos, la poesía en pantalla fue, y es, innegable e inigualable. La premisa de Breaking Bad no no debería ser explicada, esta es una serie que debe ser vista en toda su gloria, por lo menos los primeros tres episodios. Esta es una serie que nos ofreció una historia que no es posible olvidar fácilmente; a través de cada escena y diálogo, los personajes eran llevados a situaciones totalmente extremas, y hasta bizarras. La cinematografía dejaba una impresión de haber vivido cada segundo que había pasado, habíamos experimentado cada momento de intensidad junto a los personajes. Esto por una cuidadosa planeación de la narración que lograba un excelente clímax en los últimos tres episodios de cada temporada, algo raro para televisión. Las actuaciones siempre fueron de excepcional calidad, Anna Gunn, Aaron Paul, Dean Norris, Giancarlo Esposito y, entre otros, el maravilloso Bryan Cranston quien da, hasta el momento, una de las mejores actuaciones en la historia de la televisión; la imagen que nos mostró de Walter White no pudo haber sido más perfecta.
Si hablamos de finales de serie, que pocas lo han llegado a conseguir, y llegar a una conclusión satisfactoria de la narrativa construida durante años, siempre será difícil que sea un verdadero conclusión narrativa: no todos los fanáticos lo verán con buenos ojos. Es la conclusión para los personajes lo que resulta más importante al final, dejar un sentimiento de cierre para que las personas con las que hemos pasado tanto tiempo nos dejen de la mejor manera.
Walter White no debía tener un final redentor. No lo merecía. Sus actos fueron demasiado graves y de consecuencias inmensamente perjudiciales como para que terminara de manera fácil hasta el final de sus días; intentó hacer todo lo posible para dejar un poco de orden ante tanto caos que provocó, pero el daño ya estaba hecho. Tenía que pagar por sus actos y al final confiesa que lo hizo por él, no podía seguir diciendo la excusa de que era por el bien de su familia.
La satisfacción de Walter White como personaje era limitada, pero la que logró en sus espectadores, estoy seguro que fue inmensa. Breaking Bad deja un legado importante y los que llegamos a verla desde el principio no dejaremos de recomendarla a quien no conozca su historia; así que si no han llegado a ver esta serie, la recomendación y la frase "¡no sabes de lo que te pierdes!" quedan sobrando. A pesar de que haya finalizado, el viaje vale la pena, no se arrepentirán.

Unos de los mejores episodios son 4 Days Out, ...And The Bag´s in the River, Fly, Fifty-One y Ozymandias.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Hostages

Lograr una buena historia de suspenso en cine es difícil y complicado; crear una para televisión aún
más.
El elemento del thriller no es muy común en una serie semanal ya que no existe un punto de cierre definido para alcanzar el clímax deseado, por eso es que tenía mucha curiosidad del estreno de la nueva serie, Hostages, que se refiere a, como lo dice su título, una familia que es tomada rehén para que la madre, quien es cirujana, deje que muera el presidente en la mesa de operaciones.
Ahí está la premisa, que no debería ser un impedimento para ver una nueva hora de televisión que promete ser el 'próximo gran thriller del año', pero la construcción del episodio piloto no logra envolver al espectador, casi de ninguna manera, en su realidad interna.
Dentro de lo que es buen suspenso, como concepto básico, es importante no saber qué sucederá en la próxima escena; en Hostages cada giro narrativo es demasiado obvio y se utilizan las excusas más baratas y clichés para avanzar la trama. Se vuelve predecible, o peor: aburrido. El suspenso se desmorona.
Otro problema es que la serie se toma demasiado en serio a sí misma; es decir, el tono tan serio, evidente en la música repetitiva y fotografía grisácea, se pierde en actuaciones mediocres que no sostienen un guión apenas servible. El carisma entre los actores es nulo, por lo que no parece una familia que queramos ver triunfar. Se salva Toni Collette como la madre cirujana, ella intenta darle el dramatismo que se esperaría de un personaje así, pero los demás se la traen abajo con el montón de caras que pasan por actuación, en especial el insoportable Dylan McDermott.
Cuando se quiere sostener una serie policíaca que no tiene una estructura semanal sino de historia continua, es fácil que se desmorone a medio camino por tener que sostener 15 semanas (¡15!) de suspenso -y clímax- que sorprenda y mantenga al televidente interesado, pero que suceda en el primer episodio, es preocupante. Tal vez, solo tal vez, esté escondida ahí un excelente thriller que nos sorprenderá al final del camino. Por eso, sólo por eso, pienso ver todos y cada uno de los episodios que saldrán al aire, por mera curiosidad de saber a dónde llevarán los escritores esta tan interesante, pero mal ejecutada historia.

Hostages estrena mañana lunes 30 de septiembre a las 8 p.m. por Warner Channel.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Masters of Sex

En toda serie se da el elemento amoroso entre personajes, ya sea que se trate de sexualidad o no. Cuando ésta se representa, no siempre es parte orgánica de las imágenes que estamos viendo, no siempre estará justificada. Se mostrará para hacer una denuncia, para darle un clímax a un coqueteo, para lograr un momento de intimidad entre personajes, hasta para lograr sacarle una sonrisa al espectador.
En Masters of Sex, se representa la sexualidad para la investigación. En 1956, el doctor William Masters quiso entender ese momento orgásmico en la mujer, quería saber cómo se lograba esta maravilla natural en los cuerpos en una época donde el asunto era completamente tabú y no había espacio para personalidades más libres, como la que aparece como su asistente, Virginia, quien ve el asunto con simpleza y naturalidad. Es entonces que comienza una interesantísima investigación y relación de estas dos personas dirigido con suma elegnacia y finura de parte de estos personajes y su creadora, Michelle Ashford. En Masters of Sex, los colores nos envuelven en la atmósfera de la década, la música nos lleva a antaño, el ritmo es suave y nunca deja que el espectador se aburra, los diálogos, además de inteligentes, son expresados desde adentro, como si cada actor y actriz tuviera a su personaje definido desde el primer episodio; esto, por supuesto, es llevado con actuaciones de primera, desde los secundarios, hasta los principales: Michael Sheen es serio y cauteloso, como el doctor que pone en riesgo su carrera y Lizzy Caplan es exquisita como la fiel asistente y madre que, la pantalla vibra cuando ella aparece. Todo esto no serviría sin la buena historia que es, contada con sencillez pero profundidad, donde las representaciones del acto sexual tienen un sentido completamente distinto a todas las demás series; hay una delicadeza y respeto, el tema no es tabú pero es más que una parte de las historias amorosas, cada escena es cuidadosamente planeada para no llegar a la vulgaridad. La dirección es extraordinaria sobretodo en esos momentos.
Masters of Sex es de esas series que no sabes qué puede venir luego y sería imposible imaginar una segunda temporada, pero en este caso no es algo malo porque, aunque se explora tanto en su primera hora y parece que hemos visto una película completa, se siente que las historias dentro de este mundo podrían seguir por años sin que nos aburriéramos de verlas.
Así de buena es y así de emocionado insisto en que no pueden dejar de verla, por lo menos para encontrarse con algo diferente. Entre tanta historia superficial, ésta, aunque a veces predecible, nos cuenta desde adentro sus perpecias y nos habla de otra manera a través de la pantalla.
Basada en el libro del mismo nombre, y en una historia real de veinte años de investigación, Masters of Sex es, sin duda, la mejor nueva serie de la temporada.

Estrena todos los Lunes a las 8 p.m. por HBO. Repite miércoles.

lunes, 2 de septiembre de 2013

¿Quién quiere ser millonario?

Dentro de la cantidad de programas nacionales de mala -a veces pésima- calidad, existe un espacio que, por suerte, sobresale. Tal vez de manera sileciosa, pero con mucha confianza y buen manejo de lo que es su premisa, ¿Quién quiere ser millonario? no aporta nada nuevo técnicamente o alejado de su original británica, es el contenido lo que hace agadable sentarse, semana a semana, no solo a disfrutar, sino a aprender. Con la acertada conducción de Ignacio Santos y uno de los mejores horarios del primetime del país, el programa se ha mantenido por cuatro años con un éxito bien merecido.
Al término de su cuarto año, ningún participante logró llegar a ganar la codiciada suma que se promete; esto se logra solamente con tener un poco de cultura general y contestar preguntas, de las cuales tenemos la respuesta correcta junto a tres erróneas. El famoso "marque con equis".
Es una lástima que la mayoría de los participantes no logren llegar lejos, claro que los nervios pueden ganar al principio, pero no ha llegado nadie con un conocimiento un poco más amplio o con una mejor idea de cómo usar los comodines apropiados. Tanto así que varias veces llegan a "gastar" tres comodines en una pregunta. Ahí es cuando uno, como espectador, pierde la emoción e identificación que se logra con el participante en tan poco tiempo. Y es que este no es un programa donde simplemente se observan los acontecimientos; uno quisiera responder cada pregunta que aparece en la pantalla, aunque no la sepamos, nos imaginamos qué haríamos si estuviéramos en esa situación, y cuando el concursante no sabe la respuesta, desearíamos gritársela a través del televisor para que pueda continuar.
A pesar de ser totalmente plano en lo técnico (mismo logo, música, iluminación), ¿Quién quiere ser millonario? no deja de ser una agradable cita semanal por la participación activa durante el programa mismo, casi sin que nos demos cuenta, y el hecho de aprender -o reafirmar-, con cada pregunta, un poco más de la cultura en la que vivimos, por más curiosidad que sea.