Para decir la verdad, no
esperaba mucho de La Cualquiera, pero sí quería, al menos, ser
sorprendido, por lo menos un poco.
Anunciada como la
"primera miniserie cien por
ciento costarricense" y constantemente promocionada, por parte de su
creadora y actores en varias entrevistas, como una representación de
hechos reales que llevarían a la reflexión, sin mostrar nada que no fuera
necesario, La Cualquiera tenía las
mejores intenciones, pero el resultado no tiene ni pies, ni cabeza.
Comenzando por un nombre
horrible que no refleja en su totalidad lo que fue la serie, hasta un montaje
(edición) chabacano y a la rápida, como si se les hubiera agotado el tiempo o
les dio pereza y quedó totalmente descuidado, especialmente en el episodio
final.
Luego de un muy mal piloto, un
poco de esperanza apareció en los primeros veinte minutos del segundo episodio,
cuando comenzó a tomar forma la historia de lo que parecía el personaje
central, Aylin, y la manera de abordar los demás como secundarios para darles
su debido protagonismo en el futuro. Todo se desmoronó cuando la mezcolanza de
escenas y diálogos sin una línea narrativa clara pasaban por la pantalla, con
las voces de los actores evidentemente –y muy mal– pospuestas y con música estorbosa,
hasta cursi, que giraban alrededor de situaciones sin mucha coherencia interna.
Si bien casi se logra un ápice
de empatía con Aylin, la chica no resulta muy relevante pasado el episodio dos,
ni siquiera en el momento de su muerte; los demás no sabían que debían ser
protagonistas de un programe de tele. Esto además de una pésima caracterización
de personajes, llena de estereotipos que ni siquiera tuvieron tiempo de
desenvolverse; la trama debía avanzar rápido y sin interés de conocer a las
personas que sufrían en pantalla. Lo que llevó al episodio final, un desastre
narrativo apresurado e imposible de entender por sus cortes abruptos y hasta
ausencia de lo que parecían escenas importantes o de peso dramático que
llevaran a un desenlace satisfactorio. A brincos y saltos termina la cosa, sin
darse cuenta que había comenzado.
Está claro que una temática
general es importante para delimitar una historia: qué se quiere contar y
transmitir; pero cualquiera que ha visto una serie sabe que se debe contar algo
que tenga sentido por sí solo en entregas de unos cuarenta minutos (o veinte).
Al ser idea para una película, la creadora no está pensando en una serie, sino
que partió en cuatro un filme largo, utilizando la lógica de una producción
bastante diferente a lo que es la televisión en serie.
Entonces me encuentro que la
directora de la casa productora (quien financió el proyecto) dice, en una
entrevista, que «13 episodios era muchísimo» y que a la gente «la tiene que
dejar con ganas, no la tiene que saturar»; ella no tiene claro el concepto de
serie, o miniserie en todo caso, al decir esto. Trece es el número mínimo al
armar una temporada de televisión (aunque ahora diez u ocho también es común),
cantidad que habría resultado apropiada con tanta historia que se quiso
abarcar. Pero al ser miniserie, ni siquiera hay necesidad de dejar con ganas a
nadie pues el programa tendrá inicio, desarrollo y final, no es algo que continuará.
¡¿Y cuántas temporadas o series ve la gente estos días?! No existe la
saturación en cuanto a televisión.
Entiendo que el asunto del
presupuesto fue, sin duda, el factor que impedía alargar el proyecto, pero
otras producciones nacionales, que se transmiten por internet, logran, como
mínimo (pues tienen sus fallas), crear un episodio con su historia individual,
a la vez que llevan una continuidad orgánica con sus personajes: Dele Viaje y La Vuelta tienen, les aseguro que con muchísimo menos dinero, más
pinta de serie que La Cualquiera.
Al final, el error es
creativo. Ni la misma guionista supo estructurar cada episodio con eficiencia
como un todo o como piezas individuales de televisión. El potencial estaba ahí,
pero en cualquier aspecto que quiso sobresalir, no logró dar la talla (si es
que había una para empezar).