

Es curioso cómo puede llegar a haber
momentos tan buenos y tan malos en una sola serie (un par lo han logrado en una sola temporada). Esto sucede un par de veces en The Killing, que tuvo un formato interesante cuando estrenó en el 2011: ver uno
de esos casos de asesinato, formato común para contar historias en televisión,
a lo largo de trece episodios en lugar de cuarenta minutos como el resto de
series policiales más populares (CSI, NCIS, Criminal Minds). No es de
extrañarse que lo mejor de las primeras dos temporadas fue el inicio, donde se
cuenta la historia de cómo dos detectives, Sarah Linden y Stephen Holder, se
encargan de investigar la desaparición de Rosie Larsen. Esas dos horas
iniciales tienen, además de la atmósfera lluviosa y gris que caracterizaría el
resto de la serie, una urgencia y desesperación bien llevadas que culminan con
el descubrimiento del cuerpo de la adolescente; lastimosamente, esa urgencia no
logró mantenerse y cada aspecto de la investigación, junto una estorbosa
subtrama de política, llegó a ser tan complicada que fue fácil perder el
interés. La peor parte llegó cuando, al final de la primera temporada, la
creadora decidió no cerrar el caso,
ni revelar al culpable: las complicaciones y enredos narrativos seguirían por trece episodios más y la furia de quienes la veían se hizo notar. En fin, el
misterio de quién mató a Rosie Larsen fue –por fin– resuelto (una revelación
desastrosa) y The Killing fue
cancelada. Hasta que, por razones que es mejor no
cuestionarse, el canal le otorgó una nueva temporada. Fue una sorpresa no muy
bien recibida, pero el proyecto de doce episodios resultó ser superior a sus
predecesoras en prácticamente todos los aspectos, y esta vez, la investigación
sí cerró el caso que fue asignado a los detectives (ahí hay una actuación
magistral de Peter Sarsgaard como un preso condenado a muerte). Es entonces que
el canal decide, una vez más, darle fin a la serie. Pero, ¡sorpresa!, llega Netflix al
rescate y le otorga seis episodios
más para cerrar definitivamente la historia. El asunto fue casi risible. ¿Y qué
historia iban a cerrar?
Les cuento.
Al cambiar de caso de asesinato tres
veces, estos dos detectives se volvieron el común denominador durante toda la
serie, ya ni siquiera era el aspecto detectivesco. No. Fue a través de cuarenta
y cuatro episodios que vimos a Linden y a Holder construir una amistad en
pantalla que se convirtió en la evolución casi desapercibida de estas dos
personalidades tan diferentes, pero tan parecidas. La cuarta –y última– temporada pone a los
dos a prueba, al dispararle a su jefe (porque descubre que es un asesino en
serie) y Holder ayudarla a deshacerse del cuerpo, Linden debe lidiar con su culpa
y miedo de ser descubierta. No solo hay excelente balance entre personajes y
trama sino que, por ser más corta, vuelve esa urgencia que se vio en el piloto
al no tener tantos episodios de relleno que alarguen la narración
innecesariamente.
Algo interesante, durante sus horas finales, fue la manera de
posicionar la cámara con un espejo en el encuadre para que reflejara los
diferentes estados de ánimo sobre todo de Linden, algo así como lo que sentía
en su interior (ver imágenes): reflejo roto, por la gravedad de lo que hizo; borroso,
como si ni su mejor amigo pudiera ayudarla; limpio, porque al fin logró
deshacerse de lo que la atormentaba, pero con la separación –tan lejos y tan
cerca– de
su compañero, quien llega a ser su único y mejor amigo. Incluso los afiches promocionales son rostros borrosos detrás de un vidrio con gotas de sangre: ambos resguardan un secreto sangriento (ver arriba).
Al final, pasan las seis horas fácilmente
que abren y cierran bastante bien el caso del asesinato y la investigación de
Linden y Holder, unidos al cierre (sí, ese cierre) del viaje emocional de estos
dos personajes que conocimos desde el principio; eso es lo que vale la pena al
final: la satisfacción y –¿por qué no?– felicidad que queda luego de ver tanta
muerte y tristeza en las familias con las que tuvieron que involucrarse, es un
final feliz bien merecido. Tanta empatía hacia ellos no habría sido
igual sin las actuaciones de Mireille Enos y Joel Kinnaman, quienes además de
tener excelentes actuaciones, aportaron una química incomparable entre los dos
que iluminaba cada escena, se sentía la comodidad con la que representaban sus
personajes que resultaron la mejor parte de la serie en general. De The
Killing quedará el recuerdo gracioso de cómo murió y volvió a la vida entre
tantos altibajos narrativos y de producción, pero aún más el buen sabor de ésta
relación de personajes que pocas veces se ve tan bien lograda en televisión.
Por ser la cuarta exclusiva de Netflix, las primeras tres temporadas también están ahí disfrutarlas desde el
principio, sea por primera vez o para repetirla.