martes, 26 de julio de 2016

Braindead


Ya habían comenzado a preparar su nuevo proyecto cuando Michelle y Robert King anunciaron que la serie que los había hecho tan respetados y elogiados por varios años terminaría. The Good Wife finalizó sus siete años al aire con una temporada un poco apresurada y sin mucha cohesión, cosa que podría ser porque los King estaban más ocupados con la nueva serie de verano, BrainDead, que CBS les aprobó sin miramientos (en gran parte, gracias al éxito que lograron con TGW). La atención fue de una idea a otra: mientras ellos se concentraban más en la sátira política que estrenó hace unas semanas, la calidad de TGW bajó en su recta final. Es lo que sucede cuando algo nuevo distrae a los creadores que tienen más de un proyecto en sus manos (*ejem*: Ryan Murphy).  
En todo caso, con BrainDead seguimos a Laurel Healy, una aspirante a directora de documentales que acepta trabajar para su hermano, Luke, un senador demócrata, para ahorrar dinero y poder filmar lo que ella desea. Entre tanto, se topa con varias personas que comienzan a comportarse diferente, con una personalidad más extrema. Todo esto causado por un montón de hormigas salidas de un meteorito que se meten por la orejas y se comen parte de la materia gris dentro de la cabeza (escribirlo es más extraño que verlo desarrollarse, créanme). Esta es una premisa totalmente ridícula, pero igualmente adecuada a los temas que la serie quiere plantear de extremismos políticos, negociaciones y posturas reales que se verían intensificadas con esa curiosa ironía interna: el lavado de cerebro de las personas.
Pero hay una cuestión. BrainDead es una serie que no tiene totalmente definido el tono que quiere presentar. Entre la sátira de los enredijos políticos, el seguir a la protagonista y sus relaciones más cercanas (su hermano y su contrincante republicano, Gareth) y la trama de las hormigas alienígenas que se comen parte del cerebro de las personas, hay una distracción mutua que evita una línea más clara de lo que la serie es o quisiera ser. Y de ahí sale su mayor debilidad: el tono. Las hormigas brindan un aire de ciencia ficción que se divide en el aspecto misterioso de averiguar qué son y qué diablos hacen; lo político, por otro lado, es parte de una especie de denuncia al extremismo y, entretanto, queda tiempo para un lado romántico/familiar que, por suerte, desarrolla mejor a los tres personajes principales. No hay una certeza de si se debería reír o preocupar por que queden afectados los héroes (aceptémoslo, son los protagonistas) o si la atmósfera y colores tan grises de la fotografía anuncian alguna especie de fin de la humanidad. Con tanta cosa, hasta este párrafo resulta un tanto saturado.  
Curiosamente, los desórdenes narrativos no impiden que los actores den el máximo con sus interpretaciones. Mientras que el diálogo es a veces superficial, cada línea resulta convincente de parte de la carismática Mary Elizabeth Winstead (que triunfó en grande este año con 10 Cloverfield Lane) como Laurel; le acompaña, astuto y encantador, y con una química inigualable, Aaron Tveit (de la serie Graceland o de la más reciente adaptación de Les Misérables). Y les siguen Danny Pino, como el hermano senador y su contrincante republicano, el siempre excelente Tony Shaloub. Buen grupo de actores.    
Entonces, con la manera más original de la televisión de presentar el repaso de la semana anterior (una canción original a cargo de Jonathan Coulton) y con los títulos más largos y extravagantes para cada episodio (que no pienso escribir aquí, BrainDead da más la sensación de ser una comedia agradable que, hasta el momento, tiene la misma cantidad de pros y contras como para seguir viéndola y dejar que encuentre sus fortalezas y que pueda ser excelente al terminar su primera temporada de trece episodios. Para ese detalle hay suficiente confianza en los King, quienes parecen estar tomándose su tiempo en encontrar el balance perfecto y tono apropiado a este proyecto que apenas comienza y que puede llegar a ser tan grande como su antecesora. Por suerte, ellos tienen buen ojo en la elección de actores y actrices que se llevan el reconocimiento más importante. A menos que reciban una visita de las hormigas mientras duermen.

Catastrophe


No se dejen llevar solo por el curioso título de lo que es una comedia atrevida, agradable y sin tapujos que sorprende desde su primer minuto. Porque son pocas las veces que se puede afirmar que un canal (esta vez, de streaming) tiene una de las mejores comedias al aire del momento. Hablo de Catastrophe, que resultó ser la sorpresa más agradable del año pasado. ¿Por qué no mencionarla antes? Por el cuidado que había que tener al analizar y recomendar tan genial serie, que, increíblemente, solo tiene doce episodios, repartidos en dos temporadas.
Es gracias al buen gusto de Amazon que escoge a Catastrophe para que la serie llegue en diferentes momentos a este lado del mundo, al ser, originalmente, una comedia británica (producida originalmente por Channel 4) con muchísimo sabor y el humor que solo los ingleses logran mejor que nadie. Algunos dirán que de esa misma compañía viene la inigualable Transparent, la mejor serie del servicio, pero que podría pasar más por “dramedia”, al manejar temas y conceptos de manera más dramática y sensible. Aquí, muchos no se dan cuenta de que sí existe esta, que es comedia pura y que se nutre de los fallos de sus personajes para crear momentos de incomodidad total y expresiones extremas con sus diálogos desde su construcción de las situaciones problemáticas para crear una atmósfera totalmente casual, real e hilarante, digna de verse toda de una sola vez, poco a poco o en repetición para volver a reír. 
El concepto mismo de la premisa está en su característico título, cuando cada problema que surge de la improvisada pareja, Sharon y Rob, que, luego de acostarse una vez, deciden vivir juntos y casarse y, de inmediato, ella queda embarazada. Así transcurren los acontecimientos, uno tras otro, que resultan exagerados, pero simples y orgánicos dentro del ingenio de los creadores (ambos comediantes) y personajes principales, Rob Delaney y Sharon Horgam. Son estas dos personas totalmente disfuncionales, pero, por alguna razón, completamente compatibles, que brillan con cada secuencia, conversación o discusión entre los dos. La apertura temática y humorística de la serie es refrescante ante la rigidez de muchas otras, dramas Y comedias.   
Con personajes secundarios igual de disfuncionales pero que comparten agradable química con Sharon y Rob, Catastrophe busca desenterrar los tabúes e incomodidades de las relaciones de pareja que surgen en cualquier momento de convivencia, acercamiento o demostración de sentimientos genuinos. Llevado con sutileza y maestría en los temas más serios o complicados que dan paso a esos momentos que causan incomodidad, pero no se puede evitar reír por ser reflejo de una realidad que cualquier pudo haber vivido.

Eso sí, hay que tener claro que el humor no es para todo el mundo, por más sutil que sea; y tal vez esa sea la razón por la cual no es tan conocida. Pero Catastrophe triunfa en sus micro mundo y pequeñas temporadas que cuentan lo necesario, sin perder el enfoque principal para, así, dejar a quienes la vemos con ganas de ver qué sucederá después. Entonces, con sus inadvertidos pero grandes triunfos, esta pequeña, gran serie será la recomendación más entusiasta que casi nadie tomará en cuenta. Aún así, queda escrita la advertencia.

Veep: quinta temporada


Entre tanta emoción, espectáculo, tensión y discusión durante la semana sobre cierta serie, también de HBO, no todos pusieron atención, el domingo pasado a los otros dos finales de temporada del canal: Veep y Silicon Valley. De manera desapercibida, la primera, que resulta ser una las mejores comedias al aire, terminó su quinta temporada, que no parece tener freno cuando se trata de mejorar su calidad año tras año. Con una visión más simple y cerrada de tiempo, Veep triunfa como nunca en el balance perfecto de humor, historia y con las mejores frases citables en cada episodio.
Parecería cansado alabar el ingenio y reinvención que ha tenido la serie conforme avanzaba. Pero incluso con la salida de su creador, Armando Iannucci, y el nombramiento de un nuevo showrunner (el jefe creativo), David Mandel (salido de Curb Your Enthusiasm) el nivel de madurez y genialidad que alcanzó en cada episodio no se puede ignorar en esta reseña. Resulta una prueba clara de que es posible mantener el espíritu original de un programa, si se le brinda el balance adecuado entre las nuevas ideas y las fortalezas que ya habían probado ser exitosas en años anteriores (en especial, los actores).
Luego de un intento fallido de ganar la elección y ser nombrada presidenta, Selina Meyer se ve en la tarea de ganar los votos, pero ahora del Senado, que debe desempatar la contienda, solo para ser desilusionada una vez más. Así, con apenas unas semanas de tiempo para representar en los diez episodios de la temporada, Veep se adentra en la desesperación de su personaje principal y le da más profundidad que nunca. Cada aspecto de la personalidad de Selina se ve expuesto en las situaciones que debe enfrentar, ya sea por la inesperada muerte de su madre en Mee-Maw, o la insistencia de su hija, que logra filmar un documental sobre la vida de ella y de su madre mientras espera los resultados del Senado en Kissing Your Sister; coincidentemente, esos los dos mejores —y más hilarantes— de la temporada.
Entre tanto, el ensamble de actores, además de crecer (para bien), este año obtuvo la atención adecuada y necesaria para sentir la empatía o el odio que cada uno podría merecer. Los arcos narrativos de cada personaje quedaron detallados entre el alboroto que es la figura principal, sin dejar de lado que cada uno es humano con aspiraciones propias, incluida Catherine, quien quedó mejor desarrollada que nunca. Entonces, se abre paso a las distintas personalidades, ya perfectamente conocidas y encarnadas por cada uno de los actores, y se les agregan capas y desarrollo propio para enriquecer el elenco y volver a la serie más una comedia de oficina que solamente la historia de la vicepresidenta fallida. Excelente.   
Al haber tenido ya varios años al aire, los detalles de continuación hacen que las temáticas se vuelven más interesantes. Cada quien lucha por mantener su trabajo, incluso la protagonista, que tiene el más grande de todos y el más fácil de perder. Lo que lleva a un final inesperado, desconsolador y atrevido, pero no por eso menos gracioso y siempre satírico, así como la serie sabe hacerlo mejor.
Entonces, el optimismo y confianza, luego de haber ganado el Emmy a mejor comedia el año pasado (rompiendo ¡al fin! con la molesta racha ganadora de Modern Family), no les quita el esfuerzo en traer historias semanales que satiricen los juegos y estrategias políticas de la realidad en tan ingeniosa serie de media hora. Y no se extrañen si en la premiación de este año se lleve, de nuevo, varias victorias que, sin duda alguna, luego de una temporada que nunca falla, se las tiene más que merecidas.   

The Americans: temporada cuatro


Consecuencias. En la vida, toda decisión tiene una consecuencia. No importa qué, cómo o cuándo, nuestras vidas son efecto de algo, incluso de alguien. Las implicaciones de las acciones que tomamos serán el desarrollo de la vida y el cómo nos afecta y a los seres que nos rodean. Así como una bola de nieve que se hace más grande conforme avanza hacia abajo al caer, los resultados de acciones pasadas pueden verse de manera inmediata o en un futuro en el momento menos esperado. Así es como transcurre, con determinación, confianza y maestría, The Americans, la mejor serie —otra vez— al aire este año.
A veces, puede suceder que surja una oportunidad de descansar del trabajo encubierto que tienen los espías. Cuando la carga ya es demasiada y la presión agota la tranquilidad con la que se resiste cada misión. Así le sucede a Philip y a Elizabeth, llevados a extremos humanos que no pueden controlar por siempre, física y mentalmente. Porque los lazos que se pueden formar con agentes externos pueden llegar a ser más que un mero cumplimiento de la misión, o que se llegue a un punto de ebullición que afecte las relaciones internas de los miembros de una familia que no son capaces de expresarse completamente.
Con sus historias bien asentadas y personajes ya construidos, a The Americans le queda comenzar a concluir (porque todavía le quedan dos años de vida) el viaje emocional que vemos empezar a desenvolverse durante esta temporada. Con la muerte de Nina, la partida de Martha y un salto en el tiempo inesperado y perfectamente editado, la serie construye cada episodio con simple y pura excelencia televisiva. Mientras debe lidiar con las consecuencias de acciones y decisiones pasadas y enfrentar la realidad que ahora golpea más fuerte que nunca por la acumulación de sucesos de la serie misma, a los escritores no se les escapa ni un solo detalle en cada escena que, si no significa algo en el momento, es parte de algo más grande o con un subtexto importante, siempre dentro de los conceptos que maneja la serie.
The Americans ha estado ya cuatro años al aire. Las historias que formó durante los primeros tres son la acumulación de eventos y caracterizaciones que ahora hierven en cada episodio de la brillante cuarta temporada (mejor que nunca). Es una serie que, antes que nada, construye relaciones; y es a partir de sus personajes que la historia se extiende, esto sin despegarse de la época en la que está ambientada. Curiosamente, la construcción del contexto permite que la familia protagonista experimente y sea parte del amplio mundo que gira alrededor de ellos. No hay pequeña victoria en los trabajos que ejecutan cada semana, esa causa patriótica que está cada vez más en tela de duda. Pero siempre enfocándose en la esencia que son sus personajes principales y secundarios. 
Por tanto, el núcleo principal de la serie es el conflicto emocional que hay entre los sentimientos de cada uno de los Jennings, incluida ahora Paige, que se convierte en una agente misma ante los ojos de sus abrumados padres —y de nosotros, los espectadores—, descubriendo cada vez más crudas realidades, escondiéndolas de su siempre presente hermano, el carismático Henry. Todo esto entremezclado con los diferentes aspectos tradicionales de programas de espías, porque, por suerte, el balance nunca se pierde: aunque sean las conversaciones y revelaciones las que tienen más impacto y profundidad, las secuencias de acción o vigilancia mantienen un peso dramático importante en el avance de la trama.
Entonces, las consecuencias que son parte de la vida, están presentes, de todas las formas posibles, en The Americans. Sea por su avance que tiene de los años que ha acumulado, por el desarrollo y camino específico que tiene planeado para el futuro, por las decisiones que toman y tomaron los personajes o por el simple hecho de que la ejecución de la serie es tan buena que resulta una injusticia que sea vista por tan poca audiencia, o aún peor, ignorada por los Emmy. (*Genialmente nominada a mejor serie dramática y sus dos protagonistas, también.)
Queda como recomendación y casi advertencia de saber que The Americans es lo mejor de lo mejor… de lo mejor. Y al unirse a la lista de series que son renovadas para poder terminar y concluir de la manera que los escritores estructuren un final apropiado, queda asegurada la satisfacción de ver crecer a estos personajes que ya son tan queridos y que son parte de los que es una de las mejores series de la televisión.

Game of Thrones: temporada seis


Cuando la temporada iba a comenzar, los creadores de la serie, David Benioff y D.B. Weiss dijeron que era la mejor temporada que habían creado, que era la mejor y simplemente “sólida”. Estas palabras son parte de una expectativa inmensa, casi desmesurada, de lo que vendría con el nuevo año de la serie más popular del momento. Tal fue la emoción que esa afirmación inicial se fue perdiendo con el transcurso de la temporada, hasta hacer las intenciones de la serie un poco confusas, casi decepcionantes, por el manejo acelerado de las historias sin detenerse en motivaciones o razones de acciones específicas que avanzaban a una rapidez increíble.
Porque Game of Thrones tiene que seguirle la pista a todos sus personajes, más aún si se encuentran tan separados unos de otros. Pero no deja de ser alarmante cuando se olvidan y regresan por mero propósito de avanzar la trama o por continuar su historia sin estar ligados a la temática amplia del episodio o, siquiera, de la temporada misma. Y es ahí que surge un dilema —al menos en mí— sobre el aspecto que se le debe prestar más atención de la historia general ante el plan de la temporada y de cada episodio. En Game of Thrones solía ser un repaso, un seguimiento y continuidad, para luego adentrarse en los temas más específicos, repartidos en las diez horas anuales de la serie. Temas que vienen directo de los libros y que son más fáciles de tratar en la serie: relaciones políticas, honor, fe, venganza, lealtad, traición, conquista, nuevos comienzos.  
Durante su tiempo al aire, es imposible no alabar los diferentes aspectos que Game of Thrones posee en su construcción narrativa, sus conceptos y excelente producción. Hay cierta grandiosidad en la elaboración, no solo de escenarios y locaciones de todo el mundo, sino en las historias que unen a todos los reinos de Westeros. Cada conversación puede llevar a alianzas, consecuencias o repercusiones que son parte de un vasto universo interno que funciona con sus propias reglas, pero unas que no deberían dejar de seguirse dentro de los parámetros que la serie misma se ha impuesto; y más aún, dentro de las características propias de una serie de televisión (en las cuales está, ante todo, contar una historia envolvente).
Pero algo pasó este año. Todas esas cualidades parecieron haberse desgastado.   
Tomemos, tal vez, el ejemplo de los dos episodios finales y su diferente construcción narrativa y conceptual. Aunque ambos sean espectaculares por sus momentos de impresión, impacto o emoción, por mucho, The Winds of Winter (el final de temporada) tiene un mejor manejo de sus temáticas, paralelismos y contraposiciones entre sus historias. Ahí, a pesar de que el episodio se cae a ratos con varios atajos (a los cuales ya volveremos), la serie logra, en los primeros veinte minutos, su clímax más increíble con una de las mejores secuencias que ha tenido, logrando fácilmente la ansiedad y tensión claves para hacer la experiencia más intensa de lo que normalmente es. La explosión del edificio que elimina a tantos personajes es una clase magistral en construcción de una escena, en edición, musicalización y hasta en actuación. Son detalles clave que vienen, en gran parte, del ingenio del director del episodio, Miguel Shapochnick, quien cambia, en ese montaje, un poco el ritmo acostumbrado de la serie. Brillante.
No sucede lo mismo en Battle of the Bastards (aunque también tiene la excelente dirección de Shapochnick), que obliga un poco su narración para poder tener un motivo que justifique el enfrentamiento armado y culmine con una catarsis que satisfaga al espectador. Pero los atajos para llegar a eso hacen que el resultado se vea como una manera forzada de evitar prolongar historias que se comenzaban a sentir ya repetitivas. Entonces, se percibe una casi obligación de la serie de tener o crear un momento, digamos, “épico” que emocione y culmine siempre en su noveno episodio. Cosa que no está mal del todo, pero las razones y motivos de esta batalla específica salen de la nada para eliminarlas de inmediato y poder continuar con los personajes que importen más (sí, aquí me refiero al pobre de Rickon Stark, que viene y va sin una sola línea de diálogo).  
Vuelve mi dilema: si lo bien construidas que están varias secuencias individuales o las emociones sentidas en un solo instante hacen que un episodio sea bueno, ¿para qué el resto de la temporada? ¿Cómo determinar la calidad de Game of Thrones si se quiere basar solo en momentos grandiosos en lugar de personajes que nos importen y su —orgánica— evolución? ¡Ellos son los que estarán en esos momentos grandiosos!  
Ahora bien, ¿se benefició la serie al no tener más material que adaptar de los libros? Fácil: Sí y no. Las sorpresas ahora son colectivas y atrapan hasta a los lectores que se sentían en cierta posición de poder al saber lo que sucedería (no en qué momento, eso sí). Pero los escritores parece que se han apresurado a mover las piezas hacia un objetivo final o encuentro grandioso por el anuncio de que a la serie le quedan unas dos temporadas más de vida. Ahí es donde el subtexto que tan bien la caracterizaba se perdió: ¿acaso la serie no podía conseguir la profundización de personajes por sí solos, sin ayuda de los monólogos internos de los libros? Parece desalentador pensar que el apresuramiento de crear un “tercer acto” o conclusión satisfactoria con lo que le quede de vida —y la necesidad de incluir cada vez más espectacularidad que antes— tenga como consecuencia las bases que la hicieron la gran serie que comenzó ya seis años atrás: una historia universal de un mundo imaginado que abarque aspectos enormes de una sociedad a partir de las pequeñas historias de aquellos que las conforman. De lo pequeño a lo grande.
Entonces, ¿qué hace buena a Game of Thrones? Me dirán, tal vez: Sus detalles técnicos. Las actuaciones que nos hacen amar u odiar a un personaje. Los temas y subtemas que maneja. Las maquinaciones políticas o de conquista que, por alguna razón, emocionan a todo el mundo. Las batallas o asesinatos de carácter “épico”.
A lo que yo les respondería: Sí, todo eso, pero ¿solo las batallas y asesinatos? ¿Y las conversaciones que reflejan la sociedad como un espejo de nuestra humanidad? ¿Y los enfrentamientos entre el poder ambicioso y la valentía patriótica? ¿Y los detalles de venganza o, incluso, de magia que envuelven al espectador que entra al genial mundo de Westeros? ¿Y el disfrute semanal de emoción colectiva que ninguna otra serie logra con una audiencia de tal magnitud? Ustedes dirán.
Tal vez sea fatiga personal; tal vez sea la exagerada atención que recibe ahora de tantas personas que la colocan en un pedestal, sin dar campo a la conversación o discusión que puede estimular con el análisis de cada episodio semanalmente (lo cual, por suerte, es vital con esta serie: la deconstrucción individual). De igual manera, los méritos están ahí y no se le pueden negar. La cosa es que, al menos en esta temporada, son más a nivel técnico que en el desarrollo de su historia.
Con todo, no pierdo la esperanza en lo que vendrá. Pero es importante notar las fallas y dejar que acontezcan en la pantalla para, así, tener un disfrute más interesante de la serie. No hay que engañarse: a todos nos encanta verla, me incluyo en la emoción semanal; sin embargo, no hay nada de malo en reconocer que no es perfecta, que tiene sus defectos y que eso no le quita que sea un programa muy bueno y digno de ver.
Entonces, es tiempo de que Game of Thrones comience su “tercer acto” para terminar, de nuevo, en imágenes de grandeza y espectacularidad, ojalá y con momentos, también, de delicado manejo de sus personajes y las motivaciones que lleven a la grandiosidad de ese inevitable final que está más cerca de lo que muchos quisieran reconocer.