
En todo caso, con BrainDead
seguimos a Laurel Healy, una aspirante a directora de documentales que acepta
trabajar para su hermano, Luke, un senador demócrata, para ahorrar dinero y
poder filmar lo que ella desea. Entre tanto, se topa con varias personas que
comienzan a comportarse diferente, con una personalidad más extrema. Todo esto
causado por un montón de hormigas salidas de un meteorito que se meten por la
orejas y se comen parte de la materia gris dentro de la cabeza (escribirlo es
más extraño que verlo desarrollarse, créanme). Esta es una premisa totalmente
ridícula, pero igualmente adecuada a los temas que la serie quiere plantear de extremismos
políticos, negociaciones y posturas reales que se verían intensificadas con esa
curiosa ironía interna: el lavado de cerebro de las personas.
Pero hay una cuestión. BrainDead
es una serie que no tiene totalmente definido el tono que quiere presentar.
Entre la sátira de los enredijos políticos, el seguir a la protagonista y sus
relaciones más cercanas (su hermano y su contrincante republicano, Gareth) y la
trama de las hormigas alienígenas que se comen parte del cerebro de las
personas, hay una distracción mutua que evita una línea más clara de lo que la
serie es o quisiera ser. Y de ahí sale su mayor debilidad: el tono. Las
hormigas brindan un aire de ciencia ficción que se divide en el aspecto
misterioso de averiguar qué son y qué diablos hacen; lo político, por otro
lado, es parte de una especie de denuncia al extremismo y, entretanto, queda
tiempo para un lado romántico/familiar que, por suerte, desarrolla mejor a los
tres personajes principales. No hay una certeza de si se debería reír o
preocupar por que queden afectados los héroes (aceptémoslo, son los protagonistas)
o si la atmósfera y colores tan grises de la fotografía anuncian alguna especie
de fin de la humanidad. Con tanta cosa, hasta este párrafo resulta un tanto
saturado.
Curiosamente, los desórdenes narrativos no impiden que los
actores den el máximo con sus interpretaciones. Mientras que el diálogo es a
veces superficial, cada línea resulta convincente de parte de la carismática Mary Elizabeth Winstead (que triunfó en
grande este año con 10 Cloverfield Lane)
como Laurel; le acompaña, astuto y encantador, y con una química inigualable, Aaron Tveit (de la serie Graceland o de la más reciente
adaptación de Les Misérables). Y les
siguen Danny Pino, como el hermano
senador y su contrincante republicano, el siempre excelente Tony Shaloub. Buen grupo de actores.
Entonces, con la manera más original de la
televisión de presentar el repaso de la semana anterior (una canción original a
cargo de Jonathan Coulton) y con los
títulos más largos y extravagantes para cada episodio (que no pienso escribir
aquí,
BrainDead da más la sensación de ser
una comedia agradable que, hasta el momento, tiene la misma cantidad de pros y
contras como para seguir viéndola y dejar que encuentre sus fortalezas y que
pueda ser excelente al terminar su primera temporada de trece episodios. Para
ese detalle hay suficiente confianza en los King, quienes parecen estar
tomándose su tiempo en encontrar el balance perfecto y tono apropiado a este
proyecto que apenas comienza y que puede llegar a ser tan grande como su
antecesora. Por suerte, ellos tienen buen ojo en la elección de actores y
actrices que se llevan el reconocimiento más importante. A menos que reciban
una visita de las hormigas mientras duermen.
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