Kimmy Schmidt
siempre recibió al mundo con una sonrisa. Luego de estar encerrada quince años
en un búnker subterráneo, sin poder ver la luz del sol, su estado de ánimo y
—casi forzada— alegría se centraban en dejar el pasado atrás y dejarse llevar
por los asombrosos descubrimientos del nuevo mundo que ahora le tocaba
enfrentar. Esa sonrisa extrema fue llevada durante todo el primer año de su
serie. Lastimosamente, la temporada, aunque tuvo sus buenos momentos, no se
sostuvo bien al tratar de encajar en el modelo de Netflix (el binge watch),
que interfiere, casi siempre, en la creatividad y desarrollo de las series como
series mismas; es decir, el descuido del episodio.
Pero curiosamente, sin mucho interés y nada de expectativa, Unbreakable Kimmy Schmidt regresa, sin
mucho aviso, con una energía diferente, renovada, más centrada y con muchísima
confianza en sus historias y personajes. Es evidente el buen trabajo de sus
creadores, Tina Fey y Robert Carlock, que descifraron los
errores y fortalezas de la primera temporada para traerlas de nuevo,
profundizarlas, aprovecharlas y así llegar a balancear cada aspecto de la
apenas buena serie, ¡que ahora es excelente!
Donde lo caricaturesco extremo y el mal ritmo para los
chistes atrasaban el avance de una premisa interesante y no había más que
personajes superficiales y hasta molestos, ahora, Kimmy Schmidt brinda profundidad e interés a personas que siguen
siendo casi dibujos animados y no piensan más que en ellas mismas, pero se
logra una empatía importante en ese mundo imaginado de colores saturados y
brillantes. Incluso, las bromas, entre juegos de palabras y geniales
referencias pop, son muchísimo mejores, y están tan bien editadas que a veces
hay que poner pausa para reír un rato antes de continuar con el episodio; buen
manejo del mañoso comedic timing.
Pero, lo más importante, dentro de ese crecimiento de
personajes el indudable mejoramiento de los guiones, es la excelente función
episódica que tiene esta segunda temporada. Cada media hora es completamente
eso: un episodio. Aquí, las historias tienen inicio, nudo y final, pero
permiten que el desarrollo de los personajes abarque el aspecto serializado que
tanto cuesta lograr de manera consistente. El modelo “tragable” de Netflix ya
no interfiere con cada parte individual que puede ser recordada por sí misma,
incluso si se mira todo en un fin de semana (una suerte que, por alguna razón,
también tuvo la cuarta temporada de House
of Cards).
Unbreakable Kimmy
Schmidt ahora es una serie de personajes, y eso la eleva al nivel que tiene
ahora: una bocanada de aire fresco entre tanto drama serio y tantas otras
comedias simplemente malas. Por supuesto, no podían quedarse atrás las
interpretaciones tan convincentes con tanto rasgo de caricatura, pero que
logran darle más dimensiones y crear personajes.
Ellie Kemper sonríe por siempre como
Kimmy, pero debe enfrentar su pasado para poder sonreír mejor en su presente; Tituss Burgess baila, canta y hace las
mejores expresiones de la serie, sin agotar o forzar nada; Jane Krakowski brilla increíblemente en la superficialidad de
Jaqueline, pero la cuestiona y trata de desafiar para lo mejor; y Tina Fey aparece durante unos episodios
con uno de los mejores personajes que ha creado.
Al final, contra todo pronóstico, y para la suerte de
quienes vemos tanta televisión, Unbreakable
Kimmy Schmidt se vuelve la sorpresa más agradable del año, no solo por su
buen gusto y la ventaja de poder pasar el rato con sus personajes, sino por
tratar sus temas con sutileza y con un filo interesante que resultan en buena
comedia. Hasta donde la broma más evidente puede ser la mejor manera de —¿por
qué no? —denunciar algo.
Con todo y todo, cuidando hasta el más pequeño detalle, se
vuelve fácil decir que la serie logró construir una tremenda temporada, ¡que se
venga la tercera!
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