
ahora por
tercera vez, luego de dos primeros años sin fallas grandes o relevantes para el
conjunto que se desenvolvía ante los ojos de los pocos espectadores que
llegaron a verla. Aquellos que lo hicieron, los que la seguimos desde su
inicio, que nos deslumbró y no deja de deslumbrarnos, podríamos considerarnos
con suerte de haber visto esta pequeña, gran serie desde su inicio.
Con Hannibal,
su tercera temporada no vino sin dudas y cuestionamientos de si seguía valiendo
la pena, el estilo poético casi cruza la línea de volverse parsimonioso, donde
lo artístico se cruzaba en el camino del más simple desarrollo, fuera de trama
o de personajes. Por suerte, la mente maestra de Bryan Fuller tenía todo cuidadosamente planeado y cada detalle que
parecía suelto en un episodio, en el siguiente estaba claro el porqué había
estado ahí.
La cosa es que la fórmula televisiva
funciona muy bien con Hannibal. Los
casos de la semana la sostenían en la realidad mientras su atmósfera en forma
de sueño (o pesadilla) se extendía a los diálogos, imágenes y actuaciones.
Entonces, al perder ese aspecto, los minutos debían correr con una línea de
narración más unidimensional, causando que las imágenes artísticas no sirvieran
como antes: una extensión del mundo y sentimientos expresados a través de
ellas.
Pero, por suerte, conforme avanzó, la
serie fue como una bola de nieve que acumulaba los sucesos de la manera más ingeniosa
y cuidadosa y los llevó a un clímax más que satisfactorio en términos de trama,
de personajes, escenas de tensión y hasta de acción. El estilo de dirección se
mezcló de maravilla con el guion metafórico, el paladar del doctor Lecter fue
reflejado en la selección de música y la introducción de la historia del Dragón
Rojo es capaz de poner los pelos de punta.
Ahora, ¿qué hace que la serie siga siendo
así de excelente y emocionante?
Los personajes.
Esos que hemos ido conociendo durante más
de veinte episodios y los hemos visto crecer e interactuar entre ellos. Donde
la traición y el dolor son protagonistas luego del trágico final de la segunda
temporada. Las conversaciones de hace dos años no tienen el peso que tienen
ahora. Cada palabra significa algo distinto luego del desarrollo de la serie;
desarrollo que solo la televisión puede lograr: una continuidad especial que no
se ve ni en las películas, ni en los libros (por más sagas y secuelas que
existan). Ese crecimiento y profundidad que se puede lograr, cuando se hace
bien, con relaciones y amistades; en este caso, la “amistad” entre Will y
Hannibal es un ejemplo de excelente tratamiento por parte de los escritores y,
más aún, por parte de las sublimes actuaciones.
Nunca he dudado en recomendar Hannibal.
Resulta una serie que se mantiene desde el principio, ahora con una madurez
diferente a lo que se ve, por lo general en televisión. Ahora con la duda de
saber si este será su final definitivo, pero con la esperanza de que pueda ser
rescatada por algún lugar que quiera conservar esta pequeña, gran serie, queda
solo disfrutarla como un fino platillo que hay que saborear con sumo cuidado
hasta el final.
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